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OPINIÓN: Unos Oscar donde lo menos importante fue el cine

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Por Matías de la Maza. 

La Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos ya había dado señales que estos serían unos premios Oscar erráticos. El año pasado, la ceremonia se transformó en la menos vista desde que se mide la televisación del premio, con 10 millones de espectadores. Eso aterró a los líderes de la organización, que equiparan la visibilidad del premio con su relevancia.

Algo de cierto tiene ese razonamiento: ¿Qué tanto vale un premio si a nadie le importa que se entregue y nadie lo ve? Existe hace un tiempo un debate sobre si los Oscar deben seguir reconociendo lo mejor del cine independiente que sean películas que muy poca gente haya visto, o si deben esforzarse más en considerar películas más populares y taquilleras.

Es un debate sin duda con múltiples aristas y que está lejos de ser blanco y negro. Pero la forma en que los Oscar lo han abordado pareciera ser la peor posible, con una serie de decisiones cuestionables.

Todo por nada 

Ya antes de que se entregaran los premios se instaló la polémica: la Academia anunciaba la decisión de sacar ocho categorías de la ceremonia televisada principal (incluyendo premios tan importantes como Mejor Montaje y Mejor Banda Sonora), para agilizar la transmisión. La organización prometía que por más que esos galardones se entregarían en una ceremonia previa, estos momentos se grabarían y posteriormente incluirían en la televisación, de manera “casi imperceptible”.

¿El resultado? La Academia anunciaba con un mero tuit cada una de las categorías de la ceremonia previa, quitándoles todo peso (así nos enteramos que el cortometraje chileno Bestia no logró ganar su categoría), para después incluir un clip muy mal editado en la transmisión principal.

El espacio que estas ocho categorías liberaron en la televisación se ocupó en presentar completas todas las nominadas a Mejor Canción Original, además del debut en vivo del exitoso tema de Disney “We Don’t Talk About Bruno”, de la película Encanto. También se extendieron las rutinas de humor de las animadoras, Amy Schumer, Wanda Sykes y Regina Hall. Y además se presentaron una serie de homenajes por los aniversarios de algunas películas: los 15 años de Juno, los 50 años de El Padrino, los 60 años de James Bond y… ¿Los 28 años de Pulp Fiction? Nadie explicó por qué ese aniversario no fue un número redondo.

Todo derivó en que la ceremonia no sólo no fuera más corta y ágil, facilitando que el espectador se mantuviera frente a la televisión, sino que fue la entrega de Oscars más extensa en cuatro años. O sea, no sirvió para nada.

Medidas similares para atraer audiencia, como presentar el reconocimiento a la película “favorita del público” también pasaron completamente sin penas ni gloria.

El golpe de la discordia 

Ya estaba siendo una ceremonia desordenada, pero el momento que inmortalizó esta entrega de los Oscar, no tuvo nada que ver con la Academia. Al contrario, fue completamente impredecible: la agresión del actor Will Smith al comediante Chris Rock.

La noche se había caracterizado por un humor anacrónico por parte de las animadoras, donde el peak de la incomodidad lo alcanzó Regina Hall toqueteando a los actores Josh Brolin y Jason Momoa, justificando el hecho en su soltería. Pero Rock hizo gala de su permanente coqueteo con pasarse de la línea bromeando con la apariencia física de Jada Pinkett-Smith, actriz y mujer del protagonista de Hombres de Negro. Las consecuencias fueron lo que todos vieron: Smith golpeando a Rock sobre el escenario e insultándolo después desde el público.

El fondo del torbellino de errores que cometieron tanto Rock como Smith queda para otro análisis. Pero lo concreto es que ese momento se comió todo el resto de la ceremonia. Al momento de recibir la cachetada, Rock iba a presentar el Oscar a Mejor Documental. El discurso del ganador, el músico transformado en director Ahmir “Questlove” Thompson, por “Summer of Soul”, quedó absolutamente opacado por la incomodidad del incidente.

Todo lo que vino siguió la misma tónica: menciones constantes al hecho por parte de presentadores, animadoras y ganadores, tratando a ratos con humor de alivianar la tensión. Hasta el triunfo de Smith como Mejor Actor por Rey Richard, un momento que debería haber sido consagratorio, pasó a ser otro momento incómodo. Quedaban las categorías más importantes de la noche, y poco importaron. Tanto para quienes estaban en el Dolby Theater en Los Angeles como para la audiencia en casa.

Los de siempre al rescate 

Supuestamente los Oscar celebran el cine, pero la ceremonia tuvo poco de eso. Irónicamente, sus mejores momentos vinieron de las instancias que siempre estuvieron ahí: los discursos. Las sensibles palabras con las que Ariana DeBose se transformaba en la primera mujer queer y afro latina en ganar Mejor Actriz de Reparto, por Amor Sin Barreras. Troy Kotsur siendo pura emoción recibiendo la estatuilla a Mejor Actor de Reparto en lenguaje de señas. Jessica Chastain reflexionando sobre los duros años que hemos vivido cuando ganó Mejor Actriz. Dichas instancias fueron más una celebración del cine que cualquier cambio introducido por la Academia o polémica.

Finalmente, los Oscar fueron vistos por 15 millones de personas en Estados Unidos. Mejor que el año pasado, pero la segunda ceremonia menos vista desde que se mide la audiencia. La Academia haría bien de darse cuenta que poco de lo nuevo funcionó para atraer a la audiencia. Y de recordar, que independiente si son elitistas o populares, estos premios deberían tener como protagonistas a sus ganadores y al arte que representan. Buscando evitar la irrelevancia, los Oscar se están zambullendo en ella.