Los imperdibles

30 Años de Seinfeld: una serie sobre nada que se transformó en todo

El 5 de julio de 1989 debutó en televisión una de las comedias más importantes de todos los tiempos, conquistando la pantalla chica e inaugurando la era de los antihéroes.

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Por Matías de la Maza. 

Es difícil resumir “Seinfeld” en un sólo momento, sobre todo para una serie que entregaba una escena o capítulo icónico con la regularidad de un reloj. ¿Será el capítulo en donde el grupo de amigos espera durante todo el episodio una mesa en un restaurante chino? ¿O el famosísimo capítulo de “La Competencia”? ¿El baile de Elaine? ¿La menta junior? ¿”Serenity Now”? ¿El “Nazi de la Sopa”?

Quizás el momento que cita la mayoría: el diálogo en donde Jerry Seinfeld y George Costanza (Jason Alexander) discuten crear “una serie sobre nada”, en un evidente metacomentario sobre la génesis de la serie en la vida real.

Pero hay otro. Uno que suele pasar desaparecibido, pero tiene todo el ADN de Seinfeld en una sola escena: cuando a George le dicen que su prometida, Susan, acaba de morir (y por culpa de él). Y no hay lágrimas, no hay dolor, no hay ninguna gota de emotividad. Sólo risas por la incómoda reacción de Costanza, que sólo se encoge de hombros y muestra algo de alivio. Sus amigos, sobre todo el mismo Seinfeld, no son mucho más sensibles. Es la muerte de un personaje en una serie de televisión, y todos reaccionan como si nada.

El co-creador de la serie, el comediante Larry David (la inspiración detrás de George Costanza y después protagonista de Curb Your Enthusiasm) había creado un mantra para la trama, que todo el equipo de producción debió memorizar: “Sin abrazos, sin aprendizaje”. Los personajes de “Seinfeld” no estaban aquí para enseñarte nada. No eran didácticos, no evolucionaban y, sobre todo, no eran buenas personas. E hicieron de la serie una de las sitcom más exitosas de los años 90, con 180 episodios, nueve temporadas y diez premios Emmy.

Antes de la serie, Jerry Seinfeld era un comediante en ascenso, muy exitoso, pero pocos podrían decir que realmente famoso. Tenía apariciones fijas en los late de Johnny Carson y David Letterman, y agotaba teatros a lo largo de todo Estados Unidos, pero no era una megaestrella.

Cuando tras un par de intentos fallidos en saltar a la televisión, con el puro objetivo de visibilizar más su carrera como comediante de stand up, la NBC se mostró interesada en hacer una serie sobre él mismo, el comediante entró en pánico al no tener un concepto que ofrecer. La idea fue evolucionando: desde un falso documental hasta una serie sobre cómo un comediante obtiene su material. Pero fue una conversación con su amigo Larry David que terminó dando con el concepto final: una serie sin concepto. Seinfeld se interpretaría a sí mismo, y actores interpretarían a su círculo cercano. La trama seguiría situaciones mundanas pero disparatadas, con un grupo de personajes sin mucho interés en ser empáticos.

Con tal de contar con el promisorio Jerry Seinfeld, la NBC aceptó la idea, a pesar que implicaba trabajar con David; cuarentón, calvo, neurótico y excéntrico, que además tenía poca experiencia televisiva. Se terminaría transformando en uno de los guionistas más importantes y mejor pagados de la década siguiente.
El 5 de julio de 1989, hace exactos 30 años, NBC estrenaría el primer capítulo de la serie. Sólo un episodio piloto fue ordenado, ya que la cadena no tenía mucha fe. El segundo capítulo llegaría casi un año después, en mayo de 1990, luego de que el piloto fuera visto por más del 10% de los televisores encendidos en todo Estados Unidos durante su estreno.

IMPERFECTOS

Algo conectó de inmediato en “Seinfeld” con la audiencia. Mientras las otras comedias tenían lecciones, moralejas y valores, esta serie era refrescantemente cínica. Una década antes de Los Soprano, el mundo conocía a sus primeros antihéroes televisivos modernos: Jerry Seinfeld, George Costanza, Cosmo Kramer (Michael Richards) y Elaine Benes (Julia Louis-Dreyfus), quienes vivían la cotidianidad de sus rutinas con un profundo desinterés por el resto. 

Debería quizás haber generado rechazo, pero lo que entendió “Seinfeld”, como entenderían también las grandes series de antihéroes, es que el ser humano también puede ser una terrible persona. Los protagonistas de la serie eran mezquinos, envidiosos, egoístas e insensibles, y eso genera tanta o más identificación en el público que la buena moral.

Lo más importante, “Seinfeld” era muy, muy graciosa. Para ser una “serie sobre nada”, tenía punzantes observaciones sobre la rutina y el sinsentido de la existencia, además del elenco cómico más brillante de su generación. El Kramer de Michael Richards era puro caos cómico, una figura excéntrica e impredecible, mientras que Jason Alexander introdujo al mundo el tipo de humor neurótico y hasta agresivo que Larry David profundizaría en Curb Your Enthusiasm. Y es imposible entender la comedia moderna sin Elaine Benes: una mujer que a pesar de ser la más estable del grupo, era igual de incorrecta y cretina que sus compañeros masculinos.

Seinfeld en sí era el que peor actuaba, y hasta eso lo utilizaron como mecanismo de humor: parte de los mejores momentos de la serie se basan en la expresión del comediante no pudiendo creer lo que hacían sus compañeros.

En los más de 20 años que han pasado desde su final, “Seinfeld” no ha salido del aire. Sus repeticiones han sido constantes, tanto en Chile como en el mundo, y hoy está disponible completa en Amazon Prime Video. Suma nuevos fanáticos en cada generación, y se hacen hasta convenciones y eventos en distintas latitudes. Poleras con el logo de Vandelay Industries o el infame baile de Elaine aún se pueden encontrar en tiendas de cultura pop.

Que la serie siga teniendo el mismo impacto se debe al aspecto más visionario de la creación de Seinfeld y David: saber que el humor más duradero es el que puede repetirse una y otra vez. El que se queda alojado en tu cerebro como un virus, para poder ser citado y recitado en distintos contextos. Los seguidores de la serie pueden pasar horas conversando haciendo referencias y repitiendo sus mejores chistes. Es la misma lógica de los memes; el mutar a la era digital no fue problema para la serie y su legado. 

En un mundo cada vez más complejo, el absurdismo de “Seinfeld” sigue siendo vital: un mundo de urban sombreros y camisas de piratas, de Festivus y yada, yada, yada. Donde para transitar por la bizarra rutina, hace falta un poco de humor.