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Aftersun: el misterio de un padre y la memoria

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Por Matías de la Maza. 

La memoria, decía el personaje del gran Joseph Cotten en El Ciudadano Kane (1941), es “la mayor maldición que se le haya infligido a la raza humana”. Su papel, Jedediah Leland, decía recordar todo. Su incapacidad de olvidar era su maldición. Pero la memoria funciona de una manera más compleja que la que insinuaba una de las obras maestras de Orson Welles. El no poder dejar atrás es sin duda una carga, pero el no poder recordar puede ser tanto o más doloroso.

Y es que la memoria es un enigma. La forma en que recordamos está permeada por una infinidad de factores, siendo el paso del tiempo quizás el más imponente. Mientras más distancia de un hecho, más probable de que nuestros recuerdos hayan mutado en algo más etéreo, donde la realidad es secundaria ante el peso de las sensaciones y las emociones. Algo que hace a veces difícil de explicar por qué un recuerdo en específico, una escena o un momento, nos obsesiona y marca más allá de cualquier racionalidad.

Aftersun

Aftersun es una película que refleja esa naturaleza fascinante y misteriosa de la memoria. Y que también evoca el por qué puede ser trágica. Hasta una maldición.

El recuerdo que es el centro del debut de la directora y guionista escocesa Charlotte Wells son unas vacaciones. Calum (Paul Mescal, el mejor actor de su generación) es el joven padre de Sophie (Frankie Corio, una revelación con un futuro tremendo), una niña de 11 años, que se encuentran de visita en un modesto resort de Turquía a fines de los 90.

La relación entre ambos tiene dos dimensiones. Una es de cariño, ternura y complicidad, algo que Wells elige mostrar cuando están juntos entre días de sol, piscina y pool. Pero la parte más interesante tiene que ver con lo que Wells sólo insinúa, pero resiste explicar del todo.

A través de conversaciones o escenas en específico, la directora da algunas pistas de las grietas entre padre e hija. Calum claramente no es un padre presente, viviendo en Londres mientras que su hija vive en Edimburgo con su madre. Lucha con problemas económicos, algo que su hija nota y hasta desprecia con esa crueldad accidental de la que sólo los niños son capaces. Practica tai chi todas las mañanas y carga una serie de libros de meditación, mientras que, cuando su hija no lo ve, su sonrisa juvenil desaparece dando lugar a un desplante melancólico. Hay una sombra creciente sobre Calum, que pareciera estar en una batalla permanente con una oscuridad que lo desgarra por dentro.

Aftersun

Sophie no nota esto. Tiene una inteligencia precoz para sus 11 años, pero sigue siendo una preadolescente, con esa fascinación natural por chicos y chicas algo mayores que ella, y ante sus ojos, más cool, y frustrada con el semblante cambiante de su padre. Pero eventualmente, Sophie notará que esas vacaciones quizás escondían la clave para entender a su progenitor, e, incluso, su propia vida, marcada por evidentes carencias en esa relación.

Wells elige realizar constantes saltos al futuro, breves en su extensión, pero decidores en su aparición, hacia una Sophie de 31 años, la misma de Calum en ese verano noventero, que revisa obsesivamente las cintas registradas con una videocámara de esas vacaciones, como si las imágenes guardaran la respuesta detrás del enigma que era su padre.

Aftersun

La magia de Aftersun es que quizás entrega muchas más pistas al espectador que a la misma protagonista, pero sin buscar tampoco llegar a una respuesta concreta. Es el espacio que entrega para que la audiencia llene los vacíos de la memoria de Sophie los que la hacen una película evocadora, bellísima y también desgarradora. Porque hay una tragedia natural en el comenzar a descifrar a los padres con ya décadas de distancia. Incluso si se llega a una respuesta final, lo que pareciera ser imposible, el tiempo es un villano que impide que esa revelación pueda cambiar ese pasado. Un pasado que sólo está en la memoria, en los recuerdos, que pueden ser una carga o una liberación. Charlotte Wells ocupa esa ambigüedad para una de las mejores, sino la mejor película del año.