Que hacer

‘Stranger Things 4’ terminó con un triunfo del estilo

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Por Ignacio De La Maza

Nada que hacer. ‘Stranger Things’ es como la Coca Cola. Parece estar diseñada, de forma casi despiadada, para obtener tu buen visto. Y lo logra, más o menos siempre. Uno podrá protestar que las temporadas 2 y 3  palidecieron de forma drástica y notoria en comparación a lo fresco que fue ese primer ciclo del año 2016, pero al final ahí estás de nuevo, haciendo colapsar Netflix de manera mundial a las 3 AM para darle un vistazo al final de la temporada 4 en el día de su estreno.

Los dos capítulos que cerraron ‘Stranger Things 4’ suman, entre ambos, mayor cantidad de minutos que ‘Titanic’. De forma casi inevitable, la confrontación entre nuestros héroes (Eleven y el resto de la tropa) con el maligno Vecna se hace un tanto agotadora. El capítulo 8, de hora y media de duración, arrastra los pies para poner a todas las figuras en posición. El capítulo 9, de 2 HORAS Y MEDIA (eso es más que ‘Top Gun: Maverick’) es un clímax continuo durante casi todo su metraje, apenas tomándose el tiempo de respirar. No culpo a nadie que considere que los hermanos Duffer están pidiendo demasiado tiempo y atención para otro desenlace que se resume en ‘Eleven enfrenta al malo con sus superpoderes’.

… Y aquí estamos igual. La verdad es que ‘Stranger Things’ llegó a un punto en donde resiste cualquier análisis crítico. Porque honestamente el espectáculo es tan efectivo que rara vez te deja detenerte a pensar. No es por nada que la serie parece seguir sumando y sumando fanáticos a medida que avanza. Los Duffer, por sobre todas las cosas, son ingeniosos estilistas, y su algoritmo de nostalgia desatada, reconstrucción de época, personajes adorables, efectos especiales muy por sobre el estándar televisivo (¿Qué pasó ahí, Obi-Wan?) y un entendimiento de como apretar las teclas emocionales que hay que apretar para que entrar al mundo de Hawkins, ese pueblito ficticio al que le pasa todo lo malo del planeta y que solo puede ser salvado por escolares (y su amiga superpoderosa), no solo no sea un suplicio, sino que hasta te llega a acelerar el corazón en sus mejores momentos.

Los Duffer entienden que no es necesario poner a Eddie Munson (Joseph Quinn, la carta más valiosa de esta temporada) interpretando ‘Master Of Puppets’ de Metallica en una escena que parece una portada de disco de Scorpions llevada a la pantalla, pero que se verá glorioso igual. Saben que Vecna (o Henry, o Uno, o como le quieran decir) no es el villano más dimensionado, pero el trabajo de prótesis y maquillaje del gran Barrie Bower hará que nunca deje de ser amenazador. Saben que los discursos sobre que el amor todo lo puede son algo cursi, pero que también son parte fundamental de este tipo de historias. Saben que no todos los actores del reparto crecieron para ser particularmente fuertes (¿Qué pasó, Finn Wolfhard? Antes eras chévere), pero que también encontraron oro en jóvenes que crecieron para comandar la pantalla (que tesoros son Gaten Matarazzo y Sadie Sink). Por sobre todo: Saben que la audiencia está buscando una dosis de dopamina ¿Y saben qué significa eso? Que eventualmente tienen que desplegar a Millie Bobby Brown en batalla telequinética contra las fuerzas del mal. Nunca falla.

¿Saben que no falla tampoco? Su sentido del espectáculo. El final de ‘Stranger Things 4’ pierde el componente más cargado al horror slasher que hizo tan intrigante el arranque de este ciclo, pero lo reemplaza con secuencias de acción implacables, de una dimensión mucho mayor a lo que jamás se había atrevido la serie con anterioridad. Más sorprendente aún: Lo hace con un foco y sentido de propósito que había estado algo ausente de capítulos anteriores, en donde los múltiples protagonistas de esta saga se encontraban cada uno en sus propias desventuras. No es un milagro menor que los Duffer hayan logrado unir la trastienda de Hopper (David Harbour, mejor que nunca) y Joyce Byers (Winona Ryder, que lindo es tenerte de vuelta) en la Unión Soviética con la lucha de Eleven por recuperar sus poderes (y su memoria) con los esfuerzos de los niños de Hawkins por detener a Vecna con el miedo por el culto satánico con los otros 20 hilos que había planteado esta temporada. Sí, hace que el desenlace tenga demasiados elementos y que cueste involucrarse emocionalmente en algunos aspectos (el viaje del joven Will por reconocer su sexualidad debería ser conmovedor, pero al final tiene tan poco que ver con el resto de la acción que se pierde), pero la serie está haciendo tantas cosas bien que quejarse llega a sentirse mezquino.

Además ¿No es el último homenaje al horror y la ciencia ficción de los años 80s el ser algo imperfecto? Al final, que sería del cine de John Carpenter sin una cuota de kitsch, o las grandes novelas de Stephen King sin una dosis de cursilería (y demasiadas tramas), o de las películas de terror adolescente sin algunas actuaciones que desentonan. El cariño de los Duffer por estos vestigios culturales es evidente, y es ahí en donde ‘Stranger Things’ encuentra su mayor resonancia emocional: No es solo una serie adictiva y bien hecha, es una especie de evangelio sobre viejos productos que solían cautivar la imaginación y avivar el pulso. Si cada vez más jóvenes se enamoran de ‘Carrie’, o ‘Halloween’, o ‘Pesadilla’, o ‘Hellraiser’, o de la magnífica Kate Bush, o de Winona Ryder, su existencia y constancia en el tiempo está más que justificada.

Poco importa que las tramas de temporadas se empiecen a confundir (me costó un mundo acordarme qué pasaba en la 3, y por qué me tenía que importar la amistad entre Eleven y Max), o que la narrativa sea algo predecible, o que incluso las sorpresas y giros dramáticos son relativamente convencionales. Lo que sí importa es que, de alguna forma, contra todo pronóstico, ‘Stranger Things’ sigue haciéndote volver a Hawkins. Más inesperado aún: Cada vez que te arrastra de vuelta, te hace pasar un buen rato. Y vaya que necesitamos buenos ratos, en especial cuando están hechos con semejante nivel de profesionalismo y entusiasmo por la historia que se está contando. Ahora, ojalá que los buenos ratos de la quinta y última temporada (a estrenarse en el 2024) tomen menos tiempo que ver a Leonardo DiCaprio hundiéndose en el Atlántico.