Fundadora de Clínica Estética Bien-Être: “El primer gran desafío fue armar un equipo que confiara en mi”
En el corazón acelerado de Santiago, donde el ruido suele ahogar los sueños, dos mujeres miraron el centro con otros ojos. No venían de familias adineradas ni tenían inversionistas esperando. Lo único que las movía era una certeza casi visceral: la estética debía ser un derecho cotidiano, no un lujo reservado para quienes podían viajar a barrios lejanos y exclusivos.
Fue así como, entre cafés fríos, noches sin dormir y los temores propios de quien apuesta todo por una intuición, nació la primera chispa de Bien-Être. No querían una clínica más. Querían un refugio. Un espacio donde el ajetreo de la ciudad se quedara afuera y las personas, incluso las que “no tienen tiempo”, pudieran entrar, respirar y sentirse realmente cuidadas.
Diseñaron cada detalle con obsesión: colores suaves para bajar el pulso, aromas que recordaran la calma, tratamientos que mezclaran profesionalismo con resultados naturales y accesibles. Desde limpiezas faciales hasta bótox, desde ácido hialurónico hasta láser… todo pensado para que cualquiera, no sólo unos pocos, pudiera reencontrarse con su propio bienestar.