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‘Matrix: Resurrecciones’ no está interesada en gustarte

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Por Ignacio De La Maza

‘Nada calma la ansiedad como un poco de nostalgia’ dice, con un guiño evidente, el nuevo Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II, moviéndose con el carisma de una estrella veterana) a un confundido Thomas Anderson (Keanu Reeves, el mejor, siempre). Suena a lo que podría ser la tesis de ‘Matrix: Resurrecciones’, pero es más bien una consigna que la película busca subvertir. Después de todo, la nostalgia de la inesperada cuarta entrega de ‘Matrix’, estrenada a casi 20 años de que la trilogía original se despidiera con la divisiva ‘Matrix: Revoluciones’, es tanto un bálsamo como un arma.

Hay algo genuinamente nervioso en la forma en la que esta película despliega sus ecos del pasado: Sí, Neo (la verdadera identidad de Anderson) está inexplicablemente vivo tras fallecer en la cinta anterior, y también Trinity (Carrie Ann-Moss, con una presencia tan magnética que te preguntas por qué no tuvo una carrera más digna de sus talentos), pero ambos viven bajo identidades cambiadas y aparente pérdida de memoria. Sí, Morfeo está de vuelta, pero es muy distinto a como lo recuerdas. También el agente Smith. Todavía hay una guerra entre humanos y máquinas, pero sus protagonistas, alianzas y razón de ser han cambiado. Incluso los verdes cibernéticos y las brutalmente eficientes coreografías de peleas de la trilogía original ya no están ahí, reemplazadas por una cinematografía digital inerte y un montaje brusco. La ‘nostalgia’ de ‘Resurrecciones’ no busca calmar tu ansiedad: Busca mantenerte desequilibrado. Es una película que no está interesada en gustarte, y mucho menos encontrarte a medio camino.

Entonces ¿En qué está interesada ‘Matrix: Resurrecciones’? Bueno, su declaración de principios está ahí mismo en su trama. Tras una cantidad indeterminada de años, Neo está de vuelta en la Matrix, trabajando como un famoso diseñador de videojuegos en San Francisco y sin ningún recuerdo de su pasado como ‘El Elegido’. En esta realidad, Anderson es la mente maestra detrás de una exitosa trilogía de juegos llamada, obvio, ‘La Matrix’, la cual lo hizo reconocido mundialmente pero también le despertó la inescapable percepción de que los eventos que programó en esos títulos provenían de algo que vivió y no simplemente de su imaginación. Anderson es también un sobreviviente de suicidio, habiendo intentado saltar de un edificio bajo el convencimiento de que estaba atrapado en una realidad falsa. Ahora se atiende con un misterioso analista (Neil Patrick Harris, perfectamente kitsch) que le da píldoras azules (guiño, guiño) para evitar nuevos ‘quiebres psicóticos’. Sus tiempos libres los pasa coqueteando con una madre casada que se parece sugerentemente a Trinity (porque ES Trinity) en un café llamado…espérense… Simulatte. Más guiños.

Cuando su compañero de negocios ‘Smith’ (Jonathan Groff, pero ya saben quién es realmente) le informa que sus dueños corporativos ‘Warner Brothers’ desean hacer un cuarto videojuego de ‘Matrix’, un plan que seguirá adelante con o sin el involucramiento de su creador, Anderson vuelve a cuestionar su realidad, y de paso la película revela sus verdaderas intenciones.

Se acordarán, queridos amigos, que intenciones para hacer una cuarta entrega de ‘Matrix’ no habían escaseado en épocas pasadas. Pese a que las hermanas Wachowski habían disparado en varias ocasiones que la historia que querían contar terminó en ‘Revoluciones’, los estudios Warner habían estado tanteando la posibilidad de hacer una nueva secuela con otro director. Incluso en algún momento se llegó a considerar a Michael B. Jordan como protagonista de una nueva trilogía. Ante este escenario, Lana Wachowski accedió a regañadientes a dirigir ‘Resurrecciones’ con Reeves como protagonista, pero aprovechó la situación para retomar control de su narrativa.

No fue solo Hollywood el que amenazaba el legado de Matrix, o al menos el legado íntimamente ligado a Wachowski. Como una mujer trans, la cineasta (y su hermana Lilly, que prefirió no volver) han visto cómo su creación ha sido disecada, examinada, y discutida hasta el cansancio por un sinfín de personas que deciden ignorar el subtexto abiertamente queer de la trilogía original a cambio de ofrecer contra interpretaciones que van desde la filosofía de pasillo hasta un discurso abiertamente de odio. Lo que alguna vez fue una parábola sobre encontrar tu propia identidad en medio de un mundo en donde la opresión es la dinámica social ineludible, ahora estaba siendo distorsionada y apropiada por los propios opresores.

Al igual que Neo/Anderson, podríamos asumir que Wachowski vio cómo su más preciada creación se convirtió en otra pieza más en la maquinaria de la cultura popular. Al igual que Neo, probablemente ha soportado más de una reunión/convención de fanáticos/persona despreciable en redes que ha tratado de explicarle el  fondo de su propia creación. Y definitivamente al igual que su protagonista, eventualmente se vio enfrentada a permitir que su obra fuese pervertida por personas que nada tuvieron que ver con ella en un primer lugar, o a cambio tomar las riendas de una historia que había dado por terminada.

Puede sonar como que ‘Matrix: Resurrecciones’ se odia a sí misma, pero el ejercicio de reclamación de Wachowski es más jovial de lo que su premisa sugiere. La cinta tiene un corazón palpitante, y se encuentra justo entre Neo y Trinity, amantes que han tenido que perderse y reencontrarse una y otra vez como avatares de una guerra interminable, pero cuya relación toma aquí un tono más desafiante en su romanticismo. Algunos acusarán de sentimentalismo, pero hay algo conmovedor en cómo Wachowski plantea que la verdadera libertad en un mundo dominado por unos y ceros es el amor. Quizás esta es la única película de toda la saga que podría ser calificada como ‘optimista’, pero el viaje de sus personajes refleja el mismo de su directora a medida que pasa del derrotismo y la confusión a redescubrir una cierto espíritu lúdico de volver a jugar en un mundo de posibilidades infinitas.

Con semejante nivel de ambición, ideas, subversiones y momentos metalingüistas, entenderán que ‘Matrix: Resurecciones’ está lejos de ser una película perfecta. Por un lado, ninguno de los personajes secundarios tienen el privilegio de contar con un arco dramático tan profundo como el de Neo o Trinity: Jessica Henwick hace lo que puede como Bugs, una rebelde con un pasado que la une a Neo, mientras que los mencionados Abdul-Mateen y Groff exudan tanta personalidad que casi se te olvida que sus personajes están más ahí como símbolos que como adiciones muy fascinantes a la historia. Y bueno, es difícil no estar un poco en luto por la pérdida de audacia visual que caracterizaba a la trilogía original. Ninguna secuencia es tan impresionante como batalla de Neo con Smith en el metro de Nueva York en la primera ‘Matrix’, o la persecución en motocicleta de ‘Matrix: Recargado’. Ni siquiera hay algo tan bombástico y gloriosamente ridículo como la batalla final a lo ‘Dragon Ball Z’ de ‘Matrix: Revoluciones’.

Sin embargo, todo eso se perdona, porque a cambio hay algo especial: Una secuela de una franquicia de alto presupuesto hecha con visión personal, intimidad y mentalidad de autor. Es una creadora volviendo a una marca de la cual había perdido el control y haciéndola suya, con sus preocupaciones actuales. Es una cuarta parte que interroga, reconfigura y expande elementos de sus antecesoras, no una conforme con regurgitar un poco de nostalgia y dar el trabajo por hecho. No es la ‘Matrix’ que recuerdas (¿Cómo podría serlo?), es algo nuevo. Y si estás dispuesto a seguirle el juego, vas a descubrir esa chispa ingeniosa que hizo de la primera película algo tan fresco y emocionante. ‘Matrix: Resurrecciones’ no está interesada en gustarte, está interesada en hacer algo distinto. En romper la rutina. En sacarte del bucle. Bueno, quizás sí se parece a sus antecesoras después de todo.

Título original: The Matrix Resurrections

Duración: 148 min.

Dirección: Lana Wachowski

Reparto: Keanu Reeves, Carrie Ann Moss, Yahya Abdul-Mateen II, Jessica Henwick, Jonathan Groff, Neil Patrick Harris.

Plataforma: HBO MAX