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Los Oscar nos recordaron que son sólo un premio

En su edición 2019, el máximo galardón del cine anglo privilegió comodidad por sobre la relevancia.

Por Matías de la Maza. 

La temporada de premios que cerraron los Oscar de este fin de semana fue un proceso bizarro, por decirlo suave. Todo comenzó desde la organización, que en los últimos seis meses, tuvo un traspié tras otro: anunciando la creación de una categoría “popular”, para luego revertir la decisión tras presión de la industria. Luego el anuncio de Kevin Hart como anfitrión, para luego quedarse sin anfitirión, tras presión social. Y luego anunciando que cuatro categorías, algunas fundamentales como para el arte cinematográfico como fotografía y montaje, serían entregadas en comerciales. Nuevamente, tras las críticas, hicieron borrón y cuentanueva.

Los bochornos por montones, que fueron en parte provocados por un intento de los Oscar de revitalizar su alicaída ceremonia televisada, fueron coronados con la entrega del galardón: películas muy resistidas por la crítica, como Bohemian Rhapsody, y, en menor medida, Green Book, que han generado debate durante los últimos meses por su relativa falta de méritos para codearse con la elite del cine anglo, lideraron la noche. La primera, con cuatro premios (incluyendo uno inentendible a su montaje), más que El Padrino, por ejemplo, y la segunda llevándose el máximo premio de la noche, Mejor Película, dejando en el camino a Roma, para buena parte de la crítica un logro cinematográfico superior.

Para cualquiera que haya seguido esta extrañísima temporada de premios, habrá leído reacciones pasionales y extremas a la presencia de ambas películas entre las nominadas de la mayoría de los galardones. La prensa especializada (y también quien escribe) ha tenido duros términos para dos cintas que quizás no merecen tanto ataque, pero han sido tildadas de menores, simplistas e incluso ofensivas.

Con la cabeza más fría, quizás la realidad no es tan así. Tanto Green Book como Bohemian Rhapsody están… pues, bien. Sólo bien. Entretienen, están bien actuadas (sobre todo la primera), pero, al final del día, quizás el término más adecuado es “inofensivas”, más que un insulto al arte del cine.
Pero que (quizás) no merezcan tanto ataque, está lejos de significar que ambas cintas sean dignas de Oscar (de cualquiera, ni si quiera de los importantes). Y tampoco es quitarle al piso a la crítica, cuyas pasiones y agresividad no nacieron de un vacío, sino de un sentimiento entendible. Esto porque los mismos Oscar provocaron, implícitamente, este año el enfrentamiento entre dos filosofías opuestas la minuto de hacer cine. Y mostraron una predilección por una que, probablemente, está lejos de representar el futuro. 

https://www.youtube.com/watch?v=PNIQm6EBPuI

¿Tan así? Todo partió con la frustrada iniciativa de implementar el Oscar a la “Mejor Película Popular”, no sólo resistida por la diferenciación injusta entre el cine de calidad y la taquilla (como si una buena película estuviera condenada a ser poco vista), sino por el fondo del asunto: la idea vino de la cadena norteamericana ABC, la que transmite el premio, como una forma de captar más la atención del público, considerando en la ceremonia las películas que efectivamente han sido vistas por la audiencia general y masiva. 

La lógica no es tan descabellada: los Oscar más vistos de la historia fueron cuando ganó Titanic, por entonces la película más taquillera de todos los tiempos. Mientras, las ceremonias actuales han ido bajando cada vez más su audiencia, llegando a su mínimo histórico en 2018. ABC y la Academia llegaron a la conclusión que era por falta de interés del público en las cintas nominadas. Ergo, la solución era nominar películas más popupalres, a pesar de no tener una cateogoría exclusiva para eso.

Así, Bohemian Rhapsody y Green Book se transformaron en los representantes de una Academia desesperada por mostrarse más conectada con los gustos de la gente. Y en ese sentido, misión cumplida, pero no se puede negar que se hizo en desmedro del mejor cine, del más preocupado por capturar la verdad de la condición humana que el que muestra aventuras sencillas en mundos idóneos (según Green Book, el racismo se soluciona con entendimiento de todas las partes y aprendiendo a conocer al otro…), y que son al final del día olvidadas. 

Tras todos estos meses, la división entre ambas propuestas terminó representadas en las dos películas favoritas a llevarse el premio mayor de la noche: Green Book y Roma. La primera implicaba premiar al pasado: las cintas agradables, pero sin dientes; que hacen sentir bien a todos, pero que probablemente nadie recuerde en cinco años. Por otro lado,  un triunfo de Roma, no sólo una película infinitamente superior a la mayoría de las nominadas, sino que además con un profundo respeto por el cine como arte, habría abierto las puertas al futuro: le habría significado a Netflix su primer Oscar a Mejor Película, llevando el debate sobre qué es y dónde se puede ver al cine a otro nivel, y también habría significado la primera cinta en un idioma distinto al inglés a quedarse con el máximo Oscar, abriendo el abanico de posibilidades al minuto de reconocer cintas para todo el mundo.

https://www.youtube.com/watch?v=wM_TFwLRQAY

Con Green Book, los Oscar parecieran haber querido deliberadamente evitar hacerse cargo de esos últimos debates. Muy difíciles de abordar, sin respuestas, y quizás algunas verdades incómodas de por medio. Pero, al rechazar esa opción, tras una intensa y algo agotadora temporada, los Oscar nos recordaron una verdad que había pasado algo desapercibida en estos meses: son sólo un premio. No son el lugar ni el momento para discutir el futuro del cine, ni menos su espíritu. Hay veces que se acercan a entender esto último, pero no siempre. Por cada Moonlight hay un Shakespeare Enamorado, una Crash, un Green Book

Muy lúcidamente lo analizó el director de Cinechile.cl, Marcelo Morales, en un post de Facebook publicado incluso antes del Oscar a Mejor Película: ni Roma (que de todas formas se llevó tres galardones) ni el cine latinoamericano necesitan un Oscar. Al contrario los ideales del cine en la región (y del buen cine en general) que están representados en Roma, han ido históricamente contra los gustos de la Academia. 

 

Es irónico: en su intento por sentirse más vitales, los Oscar nos recordaron este año lo irrelevantes que pueden llegar a ser cuando uno se detiene a analizarlos. La vida y el cine siguen.

Revisa el análisis completo en el video adjunto (foto principal).