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Lollapalooza Chile 2024: Supongo que esto es crecer

Por Ignacio De La Maza

Hubo una época en donde imaginar que Lollapalooza Chile podía siquiera existir era algo insólito. Antes del 2011, poca experiencia teníamos con respecto a festivales musicales masivos (Maquinaria 2010 pavimentó el camino), y la sola idea de contar con un evento masivo de múltiples escenarios albergando a algunos de los artistas más importantes del planeta era un sueño que nos tocaba ver desde lejos, cuando Glastonbury, Coachella o el propio Lollapalooza Chicago abrían sus puertas a miles de kilómetros de distancia.

Ahora, en pleno 2024, Lollapalooza Chile no solo es una realidad, sino que es una marca consolidada. Ya no va en dos días, sino que en tres, y hace años que su casa no es el Parque O’Higgins, sino que el Parque Bicentenario de Cerrillos. Y ya no enfoca su parrilla de forma predominante en el rock, sino que abre las puertas a estilos y propuestas que conquistan a miles de fanáticos de nuestro país y el mundo. Algo se ha mantenido constante pese al paso del tiempo, eso sí: La sensación, incluso en medio del calor intenso, el cansancio de piernas y el agobio de estímulos, de que puedes vivir algo especial en cualquier momento al interior de sus dependencias.

Pasó el viernes 15, pese a una parrilla un tanto débil.  Los chilenos El Significado De Las Flores abrieron fuegos con un pop rock con tintes de punk y una química irresistible, aunque lo que vino después no estuvo siempre a la altura. El irlandés Hozier desplegó su portentoso rock, lleno de melodrama y pirotecnia de la guitarra, frente a un sol implacable que azotaba la explanada principal del parque. Su espectáculo fue correcto pero poco emocionante, aunque a años luz del dramatismo excesivo de Thirty Seconds To Mars, quienes se presentaron inmediatamente después. (al menos daba la excusa de ver al ganador del Oscar Jared Leto). Estaba listo para descartar la jornada completa, pero entonces Limp Bizkit hizo su aparición. El solo hecho de que la banda de Fred Durst siga existiendo es entre glorioso y ridículo. Sin embargo, cuando el estrafalario Wes Borland, vestido como una especie de pesadilla mexicana, empezó con los primeros acordes de guitarra de ‘Break Stuff’, algo mágico sucedió: El público, compuesto principalmente de cuarentones expectantes, se convirtió en una inmensa masa de energía. Más de 40.000 personas fueron transportadas inmediatamente a su adolescencia, cuando la música de los norteamericanos ofrecía una forma de canalizar la rabia juvenil en algo poderoso. Lo que alguna vez fue considerado como música tóxica era ahora una excusa para la comunión y el júbilo. Limp Bizkit no se mueve como antes, y su peligrosidad los abandonó hace tiempo, pero poco importa cuando hits como ‘Rollin” y ‘My Way’ son capaces de desatar karaokes masivos. El trago amargo del espectáculo de Feid, que los sucedió en el escenario contiguo, fue casi una nota al margen: El colaborador de Bad Bunny y artista urbano dejó en claro que, como a varios compañeros de género, todavía le queda mucho para montar un espectáculo en vivo atrapante, uno que no dependa de forma casi exclusiva de pistas pregrabadas.

Pasó, sobre todo, el sábado 16, en donde el fenómeno Limp Bizkit se acrecentó con una serie de perfectamente seleccionados actos de nostalgia. Sin embargo, también fue el día en donde los chilenos dejaron en claro por qué se le ha abierto tanto el espacio al artista nacional en Lollapalooza Chile. Tronic y Glup! se beneficiaron del público que esperaba pacientemente desde temprano a Blink-182, desatando euforia con recuerdos del pasado, mientras que Francisca Valenzuela y Cami demostraron que son artistas pop hechas y derechas, capaces de pararse en cualquier escenario e impresionar con su talento. Sin embargo, los platos fuertes compitieron con lo mejor que ha ofrecido el festival en su historia: The Offspring y su punk californiano extremadamente coreable, Arcade Fire resistiendo la polémica con un repertorio de indie rock emocional inapelable y, sobre todo, el esperadísimo debut de Blink-182. Para una banda cuyo repertorio descansa en una metralleta de chistes sobre acostarse con las madres de sus compañeros y masturbación, la cantidad de lágrimas que vi entre el público cuando el trío despachaba su arsenal de éxitos fue una postal conmovedora que recuerda el poder de Lollapalooza Chile: Ese momento de comunión en donde estás viviendo lo mismo que otros 100.000 desconocidos. Clásicos juveniles como ‘The Rock Show’, ‘All The Small Things’ y la devastadora ‘I Miss You’ convivieron con las nuevas composiciones del conjunto, recién reunido con formación ‘clásica’ (más no original) y habiendo sobrevivido a múltiples tragedias, incluyendo un cáncer del bajista/vocalista Mark Hoppus y un accidente aéreo del imparable baterista Travis Barker. Verlos más viejos, pero no más maduros, fue una experiencia desafiante y rejuvenecedora.

Pasó el domingo 17, un día que, en papel, se perfilaba como más ‘tranquilo’, apostando por artistas más vigentes y un sonido amable. Sin embargo, resultó ser otra experiencia realmente sólida, nuevamente en parte por los chilenos: El rock progresivo, folclórico y tribal de Kinmakirú recompensó a los primeros asistentes con un show enigmático y poderoso, mientras que los chicos de Estoy Bien convocaron a un respetable público desde temprano y demostraron, una vez más, por qué son la banda post-hardcore con más proyección de la escena independiente. Nicole y Ana Tijoux (tocando en un escenario alternativo desbordado) son espectáculos de talla mundial, y así se vivió en Cerrillos. Sin embargo, el combo final de Jungle (imposible no mover los pies), Phoenix (los franceses son capaces de desatar una euforia increíble), Sam Smith (sólido con hits comprobados) y SZA (la gran sorpresa de todo el festival, un R&B ambicioso, seductor y artístico que apagó dudas sobre su popularidad en estas tierras) apeló a todos los puntos de placer de una forma casi despiadada. Al retirarse del parque, las extremidades dolían pero la sonrisa era imposible de borrar.

Hubo harto detalle que ayudó a que este Lollapalooza Chile 2024 fuese tan disfrutable: Puntos de hidratación generosos y de fácil acceso; un ‘Beer Garden’ de barra amplia que hacía expedito comprar; carros de comida ubicados de forma estratégica para no interrumpir el flujo entre escenarios. El metro de Santiago estuvo abierto hasta la 1.30 de la mañana, permitiendo que, si eras capaz de aguantar una fila, pudieses salir fácilmente del sector. El Parque Bicentenario de Cerrillos ha sido domado de forma más efectiva con cada evento que se realiza ahí, y en esta ocasión alcanzó casi un ideal: Un espacio extenso, con más sombra y buenos servicios, que hacen de la experiencia de asistir al festival algo atractivo incluso si no conoces a los artistas del cartel. Y bueno, como siempre, el mayor placer está en descubrir, conocer y vivir una propuesta con el potencial de conquistarte.

Mirando hacia el pasado, Lollapalooza Chile fue capaz de canalizar la nostalgia en una experiencia trascendente en este 2024. Más allá de algunas debilidades (el viernes realmente no tuvo el mejor de los carteles), el hecho de que este espacio siga existiendo y siga siendo capaz de sorprender no deja de ser impresionante. Sí: Uno se cansa, uno camina harto, uno se quema (échense bloqueador), uno tiene que hacer filas y uno tiene que apretujarse con un montón de tipos desconocidos para ver de cerca a tu artista favorito. Y siempre, pero siempre, termina valiendo la pena. Supongo que eso es crecer.