Bar Callejón: “Identificamos que había una demanda insatisfecha en el barrio”

Corrían los años 50. Una plaza recién nacida comenzaba a dibujar sus primeras líneas de vida frente a una Universidad que florecía en el corazón del sur. Jóvenes de todos los rincones del país llegaban con cuadernos bajo el brazo y sueños en el pecho. Algunos venían con acento del norte, otros traían historias del campo, pero todos buscaban lo mismo: construir futuro. Lo que no sabían es que, al llegar, estaban sembrando algo más profundo: una identidad.

Fue ahí, entre pasos apresurados, protestas, carcajadas y libros subrayados, donde comenzó a tejerse el alma penquista. Una identidad crítica, resistente, festiva. Una que no solo habitó aulas, sino que se alzó entre banderas, se quebró en dictaduras y renació en primaveras. Porque esta plaza, más que piedra, es memoria. En sus rincones aún viven las promesas, los escombros olvidados, los besos furtivos y las lágrimas que la historia no escribió.

Hoy, esa juventud de ayer mira desde el recuerdo. Y quienes caminan ahora por estas veredas sienten el eco de esos pasos. Es tiempo de volver al origen, de abrazar la historia y de seguir construyendo comunidad. Porque – como decía Enrique Molina – siempre hay un lugar donde, más allá de las nubes que amedrentan, triunfa la claridad celeste.

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