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[COLUMNA] La comida del perro

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Por Juan Manuel Astorga S.

Hay quienes consideran que subir la tarifa del metro de Santiago en 30 pesos no amerita el caudal de protestas que hemos visto esta semana. Sin embargo y considerando que ya tiene el valor más caro de latinoamérica, el enojo puede ser comprensible.

Nada justifica la violencia destructiva de instalaciones que, al final del día, son de todos nosotros. En eso no hay que perderse. Pero hay que ser miope o derechamente ciego para no querer ver que detrás de las movilizaciones hay varios factores que gatillan la indignación. No la justifica, pero de alguna manera la explica.

La mitad del valor del boleto del metro va a financiar al Transantiago, un sistema que ha hecho agua desde su implementación en el año 2002. Al 2021, el sistema habrá sido subsidiado con más de 17 mil millones de dólares. Con esa misma plata se podría haber financiado la gratuidad completa de la educación superior y sobraba para mejorar las pensiones. Así de abultado es el pozo sin fondo que nos heredaron un mal diseño del sistema durante el gobierno de Lagos y una peor implementación en Bachelet I.

Parte de ese subsidio viene del boleto del metro. Dicho de otra manera, el ferrocarril metropolitano podría costar la mitad si el ex Transantiago –hoy llamado RED- se lograra financiar por su cuenta o bien, se obtuvieran recursos de otras partidas presupuestarias. No es raro que el transporte público sea subvencionado por el estado. Ocurre en muchos países del mundo. Lo que no pasa en casi ninguna parte es que esa plata salga de un sistema de transporte público para compensar al otro.

A diferencia del metro, la movilización pública en superficie es como la comida del perro: es cara y es mala. Pero no tiene mucha alternativa. Lo mismo pasa con el Transantiago. Su alternativa es el metro y ahora ese transporte es más caro. Y de eso se queja la gente.

Esta protesta tiene varias cosas relevantes, no sólo porque ha sido violenta en varios episodios, sino porque es inesperada, surgió con muchísima velocidad y, por sobre todo, es inorgánica: no tiene un movimiento detrás. No tiene líder. La gente simplemente está cabreada y decidió expresarse. De la peor forma, pero lo hizo y seguramente lo seguirá haciendo.

Episodios como estos lamentablemente confrontan a personas de un mismo origen, como lo son pasajeros y los pobres guardias del metro que están igual de choreados de que la plata no le alcance para llegar a fin de mes, pero que tienen que bancarse los insultos de otros equivalentes a él.

Ningún político olfateó siquiera que esto se venía y seguramente ninguno imagina cómo irá a terminar. Es la misma historia que se ha vivido por meses en el Instituto Nacional. No saben qué hacer, salvo anunciar que se aplicará una ley (de seguridad del estado) que no tendrá impacto alguno en desarticular un malestar evidente. Después vendrán protestas contra quien sabe qué sector, pero todo indica que será la luz (ya quemaron la torre de Enel) o incluso las autopistas concesionadas, porque ya hay grupos anunciando saltarse el TAG.
El Presidente Piñera se ha visto sobrepasado. Tiene muchas habilidades, pero una que no lo acompaña es el manejo en este tipo de cosas. Ya le pasó con los medidores inteligentes: apareció el tema, no supo aterrizarlo correctamente y le explotó en la cara. Ni hablar de las movilizaciones de los universitarios el 2011. Lo acompañaron durante todo su primer gobierno. Tan evidente es esto que tuvo 4 ministros de educación en 4 años. Todo un récord.

Las protestas del metro recuerdan lo que le pasó al presidente francés, Emmanuel Macron con los chalecos amarillos: gente común y corriente protestando por el alza de la bencina. Los trató de delincuentes y le quedó la grande. Terminó echándose para atrás y hasta anunciando una serie de concesiones económicas y sociales.

Después de esto, a Piñera le será imposible sacar adelante la reintegración tributaria en el Congreso. Lo van a acusar de favorecer a los ricos y perjudicar a los pobres. No va a tener los votos que le faltan e incluso es probable que pierda algunos de su propio sector.
Si actúa rápido, su movida no es un cambio de gabinete: es una rebaja de tarifas del metro ahora y una comisión transversal -movimientos sociales incluidos- para reformular de una buena vez y en serio el tan fallido Transantiago.