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[RESEÑA] “Guasón” es la película que el personaje merece, para bien y para mal

Un Joaquin Phoenix extraordinario sostiene una historia abrumadora, angustiante y arriesgada, que se queda corta en sus ideas.

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Pocas películas deben ser más difíciles de analizar este año que “Guasón” (a la que nos referiremos como “Joker” de ahora en adelante). Primero, por el bagaje infinito que tiene el personaje en la cultura pop: desde un bromista inocente a una representación de la maldad y el nihilismo; la antítesis total a Batman. Y segundo (y más importante) porque es la película más analizada de la temporada, incluso antes de su estreno e incluso por muchos que aún no la habían visto. Que es crudamente violenta, que es peligrosa, que es brillante, que es un homenaje a Taxi Driver y a El Rey de la Comedia, ambas de Scorsese.

Por eso, Joker es, antes que nada, un ejercicio de verdadero y falso, repasando una lista eterna de expectativas y análisis apresurados que el medio le cargó a la película antes que nadie pudiera verla. ¿Es crudamente violenta? No más que cualquier película con balazos en los últimos 50 años. ¿Es peligrosa? Difícilmente. ¿Es brillante? No, pero es sólida. ¿Un homenaje a las obras más emblemáticas de Scorsese? Si alguien realmente espera eso, saldrá decepcionado, así que mejor quitárselo de la cabeza rápido. La influencia está, pero es un poco antojadiza.

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Eliminando todos esos factores, recién allí se puede entrar a lo que sí es Joker: un viaje abrumador, angustiante y oscuro; quizás la cinta más arriesgada basada en una historieta. Pero por máspotente que sea su fuerza emocional, a nivel temático la película se queda algo corta.

LA TEORÍA DEL CAOS

El director Todd Phillips (de la saga “¿Qué Pasó Ayer?”) ha dicho que no se basó en ninguna historieta para crear al personaje, sino que trató de llevar el concepto del Guasón al mundo real. Eso no es del todo cierto: “La Broma Asesina”, de Alan Moore es un gran referente espiritual de la cinta, sobre todo en presentar la delgada línea que separa la locura de Batman con el Guasón, mientras que “El Regreso del Caballero de la Noche” de Frank Miller es su principal referencia en su construcción de mundo.

La trama, situada en 1981, sigue a Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un hombre cuarentón aquejado de serios problemas de salud mental, que vive con su madre y que sueña con tener una carrera como comediante, mientras trabaja como payaso. La vida de Arthur es indigna: es completamente ignorado por la sociedad y por el sistema completo. Quienes no lo ignoran, derechamente se burlan de él o lo agreden físicamente.

La ciudad alrededor de Arthur no está en un mejor estado: Phillips presenta una Gótica azotada por la pobreza y llena de rabia social a punto de estallar, ad portas de elegir un nuevo alcalde, donde uno de los candidatos es Thomas Wayne (Brett Cullen), el billonario padre del futuro Batman, cuyas incendiarias declaraciones sobre la clase baja de la ciudad poco ayudan a relajar el ambiente.

Así, Joker no sólo es la historia del descenso hacia la locura y el crimen de su protagonista, sino también la inmersión en el caos de una sociedad hastiada, con ambas historias literalmente entrelazadas. Mientras Arthur se transforma accidentalmente en un violento ícono revolucionario para la población de Gótica, esa misma sociedad lo condena a entregarse a sus impulsos más psicopáticos.

No significa que Arthur sea un modelo de moral antes de transformarse finalmente en el Joker: buena parte de los méritos de la película están en cómo te puede provocar tanta compasión por su protagonista como repulsión por un hombre que claramente está desequilibrado en el peor de los sentidos incluso antes de asumirlo él mismo. Una mezcla de emociones que es expresada brillantemente por Joaquin Phoenix, quien vuelve a demostrar, como si fuera necesario, que es uno de los actores más brillantes en el medio.

En su creciente violencia, Joker no es una película particularmente shockeante por su violencia, pero lo aterrizada que está esta, y su realismo, hacen que sea una de las experiencias emocionales más intensas del año. Nada de lo que pasa en la película pareciera imposible, y la tragedia andante que es Arthur Fleck no ofrece ninguna catarsis. Es angustia pura, y por más que no sea agradable, es impresionante que una cinta te logre remecer de esta forma.

Pero está lejos de la perfección. Cuando aparecen los créditos, no queda muy claro si Joker dijo algo realmente relevante con toda su tortuosidad. Su retrato de los problemas de salud mental no es particularmente profundo y es bastante predecible (también un poco problemático, pero eso da para otro tema). Tampoco es transgresora en su anarquía y decadencia social: otras películas (las mismas con las que se compara) lo han hecho antes y de forma más sutil. Phillips pone la mesa para una serie de ideas interesantes, pero nunca realmente se llega a la cena.

No se llega a caer por completo: Joker es una experiencia hipnotizante, totalmente gracias a Phoenix (sin él, esta historia no funciona), cuyo viaje emocional no da respiro. Pero no deja de ser frustrante que la misma película y sus ideas se pierdan en el caos de Gótica. Cuando termina, es difícil definir si conocimos bien la historia de Arthur Fleck y su ciudad, más allá de las ideas preconcebidas que tenemos tras 80 años conociendo al Guasón y a Batman.

Quizás, tantas contradicciones es la mejor representación que se le pueda hacer a un personaje como el Guasón: Joker es una película dicotómica, de altos y bajos, que aterra, angustia y emociona, pero que no pareciera entender muy bien de qué está hablando, y aún así será analizada y sobreanalizada en los años venideros. O quizás desaparezca por completo del inconsciente colectivo. Termina siendo tan indescifrable como su inspiración: una experiencia más de sensaciones que cerebral. El verdadero caos.