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[RESEÑA] Toy Story 4: el epílogo del infinito

Woody, Buzz Lightyear y Bo Beep vuelven una vez más para recordar el verdadero espíritu de esta saga, dejando personajes entrañables y una de las mejores películas de este año.

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Por Matías de la Maza.

Toy Story 4 es, técnicamente, innecesaria. Un concepto que suele utilizarse de manera peyorativa, pero que en este caso hay que despojar de prejuicios y quedarnos con lo literal. Porque no, no necesitábamos una nueva Toy Story. Hace casi diez años, Toy Story 3 (2010) cerraba la trilogía de forma redonda, poniéndole punto final a la historia de los juguetes Woody, Buzz Lightyear y los demás con su dueño, Andy. Por casi dos décadas, Toy Story había acompañado a toda una generación con una metáfora sobre el crecer y lo agridulce de dejar ir.

Pero es redundante decirle a Toy Story 4 que su razón de existir es cuestionable. Porque la producción y la película lo saben. No sólo eso, sino que utilizan ese mismo cuestionamiento como un eje fundamental de su trama: Toy Story 4 es una crisis existencial desarrollándose frente a los ojos de la audiencia; una historia sobre qué pasa cuando la brújula de tu vida se extravía y es irreemplazable.

Es también la película más ambiciosa a nivel temático y bonita en lo que va del año. Todo, sin nunca dejar de ser la historia familiar que millones a nivel mundial han amado durante un cuarto de siglo.

PUNTOS SUPENSIVOS

Toy Story 4 comienza con un breve prólogo explicando el destino de la desaparecida juguete, e interés romántico de Woody, Bo Beep, para luego resumir el final de Toy Story 3 a quienes no lo recuerdan (o no habían nacido): Andy creció y fue a la universidad, donándole su querida colección de juguetes, Woody incluido, a una preescolar llamada Bonnie.

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Pero ese agridulce final, que terminaba en una nota optimista sobre un nuevo comienzo para los juguetes de Andy, rápidamente toma un giro más melancólico en el inicio de la nueva película: Woody no lo está pasando bien, adaptándose a un nuevo status quo en donde ya no es el juguete predilecto, con Bonnie frecuentemente no considerándolo para jugar. En un intento por seguir siendo relevante, Woody se infiltra en la mochila de Bonnie y la acompaña a su primer día de Jardín Infantil. Allí contribuye a la creación de Forky, un “juguete” que no es mucho más que un cuchador (cuchara-tenedor) con ojos,creado con distintos elementos de la basura.

Forky es la forma que la película representa sus mayores intereses temáticos: no saber qué eres, tener miedo de avanzar hacia lo desconocido y encontrar tu lugar en un mundo del que no te sientes parte. Es también el personaje más gracioso que haya dejado esta saga: su angustiada existencia y apariencia ridícula generan los mejores remates de la película.Sin querer aceptar su existencia fuera de la basura, Forky escapa, y Woody, asumiendo como una misión (demasiado) personal el garantizar la felicidad de Bonnie, sale en su rescate, iniciando dinámicas familiares pero no por eso menos entretenidas en la saga Toy Story: uno o más juguetes (siempre con Woody a la cabeza) se separan de su dueño e inician una odisea para reunirse nuevamente. En el camino, el vaquero se reencuentra con Bo Beep, quien está lejos de ser la dócil juguete que se recuerda de las primeras películas, e introduce a Woody a una realidad que nunca se había si quiera cuestionado.

Toy Story 4 también continúa la tradición de la saga de sumar personajes inmediatamente memorables en cada entrega: además de Forky está la antagonista de turno, una muñeca antigua llamada Gaby Gaby y su séquito de perturbadoras marionetas, que esconde una historia trágica y sus propios cuestionamientos internos. Está también Duke Kaboom, un juguete motorista algo torpe cuya voz en inglés es el gran Keanu Reeves. Pero quienes se roban la película son Ducky y Bunny, dos peluches de una feria de atracciones cuyas ideas sobre cómo ejecutar un plan se transforman en el mejor chiste recurrente de la trama.Pero a pesar de todos sus elementos conocidos, Toy Story 4 también tiene la sorprendente capacidad de romper y transformar todos los moldes de la saga. No cambia nada de lo que haya pasado en las tres películas anteriores, y si alguien no la viera nunca, se podría quedar perfectamente con la trilogía original como la historia oficial de esta saga. Lo que sí hace es poner en perspectiva toda la historia de estos juguetes y sus dueños, y cuál es el mensaje final de estas películas, que al fin y al cabo son sobre mucho más que crecer: son sobre la vida misma y los abrumadores sentimientos con los que tenemos que lidiar por solo existir.

Lo brillante de esta película es las múltiples interpretaciones que cada uno le puede dar según el momento de vida que esté pasando: puede ser una meditación sobre el luto, sobre un quiebre sentimental o sobre la ansiedad de los cambios. Sobre nuevos mundos que uno jamás imaginó y la búsqueda eterna de adaptarse. Y también sobre el amor, en su más amplia definición.

Más que un nuevo capítulo, Toy Story 4 es un epílogo; la última reflexión de una historia que aún tenía puntos por cerrar. Una historia sobre segundas oportunidades y que incluso te hace reír de haber pensado que había terminado. Porque los finales absolutos no existen, sino que más bien son puntos suspensivos. La vida sigue, siempre, y que tu historia termine no significa que LA historia termine. Al final de todo, habrá sido innecesaria la idea de una cuarta Toy Story, pero sólo si no la ves. Una vez que lo haces, se transforma en algo vital; un último recordatorio sobre lo que es el infinito de la existencia. Y qué hay más allá.